Queda nada para el pre-veredicto de las PASO del 12 de septiembre. Estas elecciones son internas abiertas y obligatorias, solamente determinan quienes se postularán para diputados nacionales para las “de verdad” de noviembre.
Es como una escaramuza, una previa que sirve de mega encuesta y que ciertamente condiciona un poco el camino a las elecciones “verdaderas”. Tiene ese valor simbólico y político, nada menos y nada más.
Un combate a dos asaltos para las fuerzas políticas en disputa donde en el primer round deben quedar bien paradas, pero no tirar toda la carne al asador y quedar sin oxígeno para el segundo y decisivo. Ya le pasó al Frente de Todos con Alberto y Cristina, una primera vuelta a todo vapor para luego no hacer nada, solo esperar y terminar con el amargo sabor de ganar sin la ventaja que esperaban.
¿Qué pasó?. El miedo a no hacer algo que pueda estropear lo conseguido -pánico a que los sectores medios se asusten, más que nada- llevó al inmovilismo, a la inacción.
De las elecciones presidenciales tuvimos un ganador, pero no un derrotado.
Desde las presidenciales el macrismo, mal que les pese a los del FdT, supo tomar la iniciativa y utilizó las armas que eran patrimonio del “campo nacional y popular” para conquistar corazones: militancia a lo “territorial” en redes, movilización para ganar la calle y combatividad en los discursos.
Sí, claro, pero con otras banderas, las de la derecha extrema. Fue un giro clave, ya no era el “moderado y demócrata” Macri, sino el combativo republicano luchador por la libertad contra el populismo de izquierda y kirchnerista. Una versión argenta de Trump y Bolsonaro.
Este giro hacia un discurso más agresivo y fuertemente controversial se viste de “rebeldía”, usurpando de esta manera el “espíritu” que siempre fue el baluarte de las izquierdas y los peronismos.
Arrancó Fernández y antes de llegar a la esquina se vino la pandemia con todo lo que trajo en pérdidas humanas, económicas, aumento de la desigualdad, incertidumbre y un impacto emocional que aún no podemos medir. Vino este tsunami que se llevó al planeta tierra puesto y que impactó más en los países como el nuestro, que de entradita nomás, tenía un parate económico gigante y una deuda regalo de Macri que nos hipoteca a nosotros, nuestros hijos, nietos y bisnietos. 100 años.
Y aquí estamos, con un gobierno nacional que dice que hizo todo bien negando errores en un terreno donde nadie sabía qué hacer, peleando con todo lo que tiene para que no se desmadre lo social mientras trata de reacomodar la cosa, cediendo algunas veces innecesariamente para “no incomodar” y navegando entre mares confusos prometiendo un futuro esperanzador pero sin la carga mística y militante que debería tener.
Del otro lado una oposición que sale con un discurso muchas veces violento propalado por su enorme poder mediático+redes+trolls que oculta la intención de volver a la senda del neoliberalismo “puro” desembarzándose del lío que dejaron, negando olímpicamente el impacto de la pandemia y achacando los males de la humanidad al “kirchnerismo”.
La derecha tiene la característica de que su principal discurso es siempre desacreditar al otro y anular mágicamente su historia. Esto asegura un mensaje duro, muy agresivo y compacto, que muchas veces resulta eficaz en momentos de incertidumbre donde es preciso mostrar firmeza más que otra cosa. De alguna forma, cierta inercia de las elecciones anteriores continúa: el temor a molestar del FdT y la agresividad verbal de Juntos por el Cambio.
Ideológicamente responden a dos modelos muy diferentes, por un lado los peronismos, aliados moderados, progresistas y de la izquierda tradicional nucleados en el Frente de Todos y por el otro macristas, radicales y conservadores de diverso calibre en Juntos por el Cambio.
El FdT, un frente muy heterogéneo, trata de representar a las mayorías, incluídos los sectores de la “economía nacional” y JxC, como toda derecha, defiende los intereses de los poderosos, locales y extranjeros, ganando a mucha clase media urbana con estos postulados.
Nota de color: el PRO y sus voceros salieron avalando la idea de que las islas del Atlántico Sur son más Falkland que Malvinas, en perfecto inglés seguramente.
Mientras, en la casa sanjuanina, el ex basualdismo -porque ya no es lo que era- en estas elecciones se despoja de las banderas moderadas y neo peronistas, se pasó de cuerpo entero a la derecha. En las anteriores escondió a Macro lo más que pudo y hoy junto a Bullrich flamea los estandartes del macrismo más duro con la consigna expresada en mil formas pero que siempre dice: hay que votar contra el gobierno nacional, pero sin hablar del anterior.
Desde el oficialismo local, por otra parte, se plantaron que estas elecciones son un plebiscito de la gestión, algo local, un tema sanjuanino nomás. Que con la nación estamos bien y que nos conviene, pero en ningún momento salieron a defender con ahínco el modelo “nacional y popular”.
De alguna forma, esta pandemia les vino bien a los dos frentes mayoritarios sanjuaninos, no hay grandes actos, no hay calor popular y los discursos caen en el cajón de las frases hechas con sabor a nada. “Zafamos de tener que jugar”, sería el título de la novela.
Estamos en una campaña de temores y sin audacia, un partido con dos equipos defensivos que lo único que quieren es que no le hagan goles. El resultado es una contienda aburrida, floja, vacía, llena de poses para las redes, una especie de concurso de fotos de pop-stars más que otra cosa.
Me hace acordar a las familias conservadoras que aparentan que todo está perfecto y que tratan de ocultar la incómoda presencia de algún descendiente que pueda escandalizar a sus pares y vecinos. No hay Perón, Evita, Néstor, Cristina, Macri, Dujovne, Peña o Carrió presentes en las campañas de la provincia.
Este domingo tendremos el resultado de la primera vuelta, un pre-veredicto que ubicará piezas en el tablero para la segunda movida. Veremos qué dice el pueblo con su voto. Continuará…
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