En las lejanas tierras del Inca, en un pueblo de Lima llamado San Jacinto, el 9 de octubre de 1839 murió el doctor José Ignacio de la Roza, ilustre prócer sanjuanino de la época de San Martín.
Fue teniente gobernador de San Juan, desde 1815 a 1820 y posteriormente desterrado después de haber sido depuesto por su propio cuñado, Mariano Mendizábal.
En el Perú volvió a colaborar con San Martín en la Gesta Libertadora como Auditor del Ejército.
José Ignacio De la Roza era un hombre privilegiado; nació en San Juan el 1 de agosto de 1.786 o 1.788, dato que varía según las fuentes. Su abuelo, Tadeo de la Roza, antiguo teniente corregidor y justicia mayor de Cuyo y gobernador de armas de la ciudad de San Juan, amasó una gran fortuna, acrecentada por su padre, Fernando.
José Ignacio estudió en Córdoba y obtuvo la licenciatura y doctorado en derecho en 1806, en la universidad chilena de San Felipe. Posteriormente, se radicó en Buenos Aires, volviendo a su provincia en 1814 donde el 1 de enero de 1815 fue elegido alcalde de primer voto del cabildo.
Dinero, cultura, título universitario, el joven De la Roza fue el centro de todas las miradas cuando regresó a su provincia natal. De esta manera, su ascenso a la primera magistratura de la provincia fue rápido y sin mayores resistencias.
El 2 de mayo de 1815, por primera vez en su historia, San Juan se dio un gobierno propio, eligiendo a De la Roza, que tenía 26 años cuando asumió como primer teniente gobernador nacido en San Juan.
El 12 de enero de 1817, José Ignacio se casó con su prima segunda, Tránsito de Oro. De esa unión nacería Rosauro de la Roza de Oro, único hijo de la pareja.
Fue derrocado el 9 de enero de 1820 por el militar Mariano Mendizábal, esposo de su hermana Juana De la Roza, y fue condenado a muerte.
La pena no se cumplió y fue cambiada por el destierro, “prepárese, doctor, en cualquier momento será fusilado”, le repetían mientras se encontraba preso.
De la Roza se sentía tan mal, tan torturado sicológicamente, que pidió a sus amigos, especialmente a Francisco Narciso Laprida, que le hicieran llegar opio para calmar su ansiedad.
Pasó a Chile y de allí a Perú, donde fue auditor de guerra del gobierno de San Martín. Influenció lo suficiente en San Martín para que este exigiera que Mendizábal le fuera enviado a ese país y para que lo hiciera condenar a muerte y lo fusilara.
Posteriormente ejerció cargos judiciales en Perú, donde se estableció el resto de su vida. Falleció en Santiago de Cao, Departamento de La Libertad, en el norte del Perú, el 9 de octubre de 1834.
Sus hermanas Juana, Félix, Regis y Manuela fueron patricias que contribuyeron a la formación de los ejércitos patriotas y a la confección de la bandera que San Juan envió al Ejército de los Andes.
También un 9 de octubre de 1867, falleció de cólera el teniente Cesáreo Domínguez, quien nació en San Juan en 1808. Fue un militar sanjuanino de larga trayectoria en las guerras civiles de Paraguay, y perdió la vida mientras participaba combatía en ellas.
Nació en San Juan el 24 de febrero de 1808 y se lo recuerda por su valentía y patriotismo. Su carrera militar comenzó en un cuerpo de milicias, con apenas 14 años de edad.
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SISJ/