viernes, septiembre 12, 2025
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¿Por qué la derecha trata de mostrarse rebelde y su discurso es más directo?.

En este artículo me voy a permitir una extensión mayor de la usual en Ahora San Juan ya que se trata de abordar con una mirada crítica el discurso de lo llamado “políticamente correcto”.
Hugo Saquilan Quiroz. Sociólogo y Mediador.

Generación Woke, el aditivo norteamericano.

Quienes en los 90 del siglo pasado pudieron tener acceso a la educación superior lo hicieron en un contexto social y tecnológico sin precedentes en la historia, y para muchos, sus consecuencias aún están aflorando.
No estoy hablando de Argentina que luego se someterá a los acontecimientos, sino fundamentalmente a la meca de la revolución tecnológica: Estados Unidos.
No solamente ganaron la Guerra Fría con el colapso de la Unión Soviética, sino que además encabezaron un cambio tecnológico y social de una envergadura nunca vista en la humanidad y que hoy aún no podemos cuantificar su impacto.
Hoy ese liderazgo unipolar ya no lo es tanto y China le disputa la carrera a largo plazo con Rusia. 
A este grupo de afortunados que llegaron a las universidades y que son parte de los “millennials” en EEUU se los denomina “Generación Woke”.

¿De dónde proviene el nombre?. Sobre el 2014 un abogado llamado Lukianoff y presidente de una organización que defiende la libertad de opinión en las universidades estadounidenses notó la creciente influencia de las asambleas estudiantiles, que de manera cada vez más organizada comenzaron a manifestarse contra oradores y panelistas por considerar “que su mensaje oprimía de alguna manera al cuerpo estudiantil y por tanto no tenía espacio en el campus” (1).
Los carteles de las manifestaciones contra personalidades a quienes consideraban políticamente incorrectas decían “Stay angry, stay woke”. Sería algo así como “mantente enfadado (angry) y políticamente despierto (woke)”.

Paralelamente muchas universidades comenzaron a colocar “advertencias sobre contenidos que podrían herir la sensibilidad de los estudiantes” a raíz de las fuertes peticiones que venían de grupos de estudiantes “woke” y académicos que adherían.
Por ejemplo, en “clásicos de la literatura norteamericana como como La cabaña del Tío Tom o Matar a un ruiseñor, aparecen epítetos racistas contra los negros, y por tanto había que advertir de antemano para evitar que algunos estudiantes de color se sintiesen vejados” (1). 


El innegable papel de las crecientes redes sociales, a la par del estar “expuestos a comentarios hirientes” o bullying también contribuyeron a esta nueva ola de “hablar solamente de manera políticamente correcta” y con un sentido social de sesgo progresista.

Aparecieron así en los campus de los EEUU una nueva izquierda “identitaria” armada con  – “todo tipo de términos nuevos, como “apropiación cultural”, “interseccionalidad”, “marginalización”, “blanqueamiento”, “luz de gas”, “heteronormatividad”, “cisgénero” y otros conceptos de muy difícil traducción – (1).

De la mano de las marchas contra el racismo y los acontecimientos de público conocimiento como Black Lives Matter (las vidas de los negros importan) esta “generación woke” de universitarios comenzó a influir en la forma en que el periodismo, los medios, las universidades y todo el ámbito social, político y cultural debía expresarse censurando activamente lo que consideraban incorrecto. A esto se lo llama allá: wokenismo.

Perdón la larga introducción pero sin ella no podría ser entendible el origen de este fenómeno del “imperio de lo políticamente correcto”, su composición social, su origen y pertenencia de clase y su influencia en el progresismo de todo occidente, y obviamente, en nuestro país.

Todo esto es necesario enmarcarlo en el proceso que vive nuestro planeta con décadas de mundialización, concepto social que engloba el político de globalización, en una lucha cultural donde priman los valores estadounidenses.

La lucha de “lenguas” como expresión de ganar el relato.

Para nosotros este wokenismo se une a otra vertiente del purismo ideológico de cierta autodenominada izquierda que tanta influencia tiene en nuestro país y que muchos conocemos como trotskismo. Aquí estas dos vertientes se dieron la mano: el wokenismo como ola y “moda ideológica” que bajaba del norte junto al viejo y anquilosado trotskismo vernáculo.

Se que lo que diré no sonará “políticamente correcto” y esa es la intención.
Los movimientos por la ampliación de los derechos sociales, por las nuevas conquistas, y sobre todos en los movimientos de los colectivos de la diversidad sexual han sido muy influenciados por esta mixtura del wokenismo y el trotskismo que ponen mucho más hincapié en la “pureza lingüística de los conceptos” que en la propia lucha.
Contaba una colega que en una reunión de frentes feministas un grupo radicalizado consideraba que las mujeres heterosexuales no podían ser parte de estos movimientos. El fanatismo y la radicalización llevan a ese punto de incongruencia y para no generar problemas, muchas prefirieron callar ante el absurdo.

En esta “lucha de lenguas” no se contempla la lucha social. Curiosamente quienes no están incluidas en algunas corrientes más extremas del feminismo son las mujeres más pobres, las que están marginadas de estas “luchas” y que su vida pasa por saber qué van a comer, cómo eludirán la violencia diaria y pelearán por la vida y salud de sus hijos. Imaginen que ahí las palabras sororidad, cisgenero, heteronormalidad y otras tantas suenan extrañas y ajenas a su cotidianeidad.

Claramente el wokenismo que ha impregnado al viejo progresismo socialdemócrata nuestro tiene su lado censor, no solamente en la forma de hablar, sino también en la forma de actuar.
Se dice mucho para sonar bonito, política y socialmente “correcto”, pero se hace poco porque hay que ser además cuidadoso y tratar de no molestar a nadie.
Más que actuar es ser portador de un decir bello.
Y así estamos con quienes deberían ser los portadores de la rebeldía: más preocupados en acuñar y defender los nuevos términos e imponer “su saber” que en transformar la realidad de la sociedad en su conjunto, mientras, el poder real sonríe gustoso de que se dispute lo secundario y se evada lo esencial. 

El wokenismo lo que hace principalmente es entretener a una dirigencia “culta” y adormecer cualquier intento de rebelión por ser “una cosa violenta” e inadecuada. Ya no está el discurso de barricada, el acople a las marchas masivas por las luchas de los derechos de los trabajadores y el pueblo en general frente a los poderosos. Solamente están las movilizaciones “aceptadas”, que son aquellas que conllevan cualquier disputa por una justa y necesaria conquista “de derechos”, siempre y cuando no ataque a quienes tienen la sartén por el mango.

Muchos llaman a esto “tibieza” y claramente va en contra de la historia de los movimientos políticos y sociales de argentina con el peronismo a la cabeza.
Sólo imaginen si hoy Evita repitiese esta frase: «Los tibios, los indiferentes, los peronistas a medias, me dan asco. Me repugnan porque no tienen olor ni sabor».
El wokenismo y la derecha Argentina la defenestrarían, a sabiendas de que no está errada.

La genialidad de Evita, su lucidez está en que con un ejemplo sencillo logró definir lo que está por debajo de esta “tibieza” que hoy es el woken-progresismo.
Agrego lo de woken para recalcar el origen de clase y lugar de procedencia de esta corriente: los sectores medios altos que fueron a las universidades estadounidenses.

Eso explica el por qué tanto progresismo “cheto” porteño y su postura puesta más en el discurso y el valor de un vocablo que en el cambio de la realidad social. ¿Qué importa si es inclusiva o no una palabra si hay una enorme desigualdad social e injusticia extrema?. Primero lo más importante y luego lo secundario.

No está demás acotar los intentos de los ultras de derecha de usar lenguaje directo y corrosivo para conseguir votos de los sectores ubicados en el penúltimo lugar de la escala social para enfrentarse con los últimos, los más débiles y desprotegidos. 

Nuevos lenguajes para perpetuar la antigua y eterna desigualdad social

Hay un disfraz al que se le rinde culto en este tema de los nuevos términos, se pretende con ello ocultar las profundas desigualdades generadas por este nuevo capitalismo neoliberal.

Y así llegamos al final de este artículo que se hizo extenso al intentar responder la siguiente pregunta: ¿por qué la derecha hoy se muestra con rebeldía y su discurso es más simple?.

El exceso del lenguaje políticamente correcto del woken-progresismo es sin dudas un arma a favor de la derecha ya que abandona la rebeldía a lo Evita y se acuesta en su forma de confort lingüística.

El woken-progresismo no le habla a las “masas”, al pueblo, se habla a sí mismo y se retroalimenta en su ego pseudointelectual.

Mientras, la derecha es hábil, siendo la creadora y promotora de las injusticias, llama a las cosas por nombres simples: los vagos, los que trabajamos, los planeros, la pobreza, heladera vacía y mucho más.
La derecha a la vez culpa a las víctimas de sus miserias, marca como malos a los luchadores de la justicia social y pone en tela de juicio el accionar claramente errático e ineficaz del woken-progresismo acusándolo de populismo y de los males del planeta.
La izquierda debe dejar esta moda dañina al servicio del poder real y hacer lo que el adversario siempre sabe hacer: no apartarse de la defensa de su clase y volver siempre a las fuentes.

Hay que volver a ser rebeldes como Evita, tan simple como eso. 

(1) https://www.elagoradiario.com/sociologia/generacion-woke-fanaticos-de-un-nuevo-puritanismo/


Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de Ahora San Juan

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