En la verdulería «Don Paredes» vemos siempre a un joven sanjuanino trabajando, o repartiendo pedidos en su bicicleta por el barrio. Sabemos que empezó solo y que aún sigue con el negocio. Desde Ahora San Juan nos acercamos a hablar con él, interesados por su historia. Conversamos sobre su vida, sus valores, sus experiencias. Quien busca «tanto la excelencia como la honestidad. Enseñar y compartir, sobre todo compartir todo lo aprendido«.
Por Antonio Morente.
Franco Matías Paredes acaba de cumplir 30 años. Rebosa vitalidad y siempre tiene una buena palabra para todo aquel que se le cruce por delante. Lleva su verdulería en la calle Mendoza, un poco antes de Pedro Valdivia. Es de esas personas que parece que se multiplica. Uno lo puede ver atendiendo a los vecinos, pero momentos después se lo encuentra por su cuadra o por su barrio llevando algún pedido por delivery. Siempre en bicicleta, ya que le gusta el deporte, y además aprecia mucho el trato cercano con los clientes. No es poco lo que se mueve, “ahora puedo andar sobre los cincuenta kilómetros diarios, pero cuando se acerca la navidad suelo llegar a los 100 o 120 km. al día”, nos cuenta.
De origen pocitano, nuestro protagonista a pesar de ser joven lleva muchos años trabajando en el rubro de las verduras. “Yo siempre me he dedicado a la verdulería, siempre he trabajado en la feria. Desde los 19 años que tengo verdulerías”, relata. Matías explica que ha ido teniendo muchos negocios a lo largo del tiempo. Hubo ocasiones en las que no le fue bien por circunstancias externas, pero también nos confiesa honestamente que tuvo momentos en los que el negocio funcionó muy bien, pero que él no supo administrar correctamente. Siempre con la verdad por delante, para él un valor fundamental.

«De todo se aprende«, solemos decir, y nuestro verdulero lo lleva por bandera. Intenta sacar aprendizajes de toda experiencia, entre lo cual destaca los cuatro años que estuvo trabajando en la feria. “Fue muy duro, pero es lo que me terminó de completar”, reconoce. “Me levantaba a las 4:30 de la mañana, ahora me levanto más tarde” dice, aunque probablemente con eso de «tarde» no estén de acuerdo muchos de los que nos lean, pues para este trabajador incansable eso quiere decir las cinco, o cinco y media. El día es intenso y largo, no duerme siesta y se acuesta a las doce. Entre ir a la feria, llegar al local, preparar pedidos, repartir, etc. se le va el día. El rato que cierran a la siesta lo que hace es ir a cuidar a sus hijos, papá de un varón de cinco años y una nena de tres.
Es en la feria donde Matías trabaja para un hombre que le comparte sus saberes. Lo agradece de corazón, mucho de lo que hace hoy viene de ahí. No solamente la parte logística del trabajo, sino también de esa calidad humana que es necesaria para llevar exitosamente un negocio de este tipo. El vecino tiene que irse contento, con buen producto y a un precio justo. El trato es clave, todos lo sabemos ya que, si cualquiera de nosotros vamos a una verdulería y nos atienden sin ganas o con alguna contestación desagradable, lo más seguro es que no volvamos más.

Pronto esta verdulería cumplirá sus cuatro años. “Don Paredes” ya es un barco que navega a paso firme, seguro, pero avanzando. “Don Paredes era mi abuelo”, explica que es una forma de homenaje que le brinda. Matías hoy tiene la posibilidad de contar con tres personas con las que comparte el trabajo. A través de las malas experiencias aprendió a buscar gente en la que pueda confiar, con esa intuición que nos da los «palos de la vida«. Él deja claro que no las trata como empleadas o subordinadas, sino que entiende que son compañeras, intenta crear grupo. Tal como le enseñaron a él, ahora intenta transmitir lo que ha aprendido, “siempre les estoy hablando de como tratar con la gente, de como encarar las cosas para que estemos mejor”.
Poco después de abrir el negocio es que lo sorprende la pandemia. Este emprendedor decidió no quedarse mirando el techo y consiguió darle la vuelta a la situación, convertir ese momento tan complicado en una época productiva para la verdulería. Fortaleció el servicio de delivery, ayudando también a todos aquellos que no podían salir de casa. Por otro lado, en aquellos momentos en los que empezaba Mercado Pago, él se puso a estudiar la herramienta. La dominó y después se dedicó a enseñarles a sus clientes para que tuvieran una forma de pago más segura. También les tendió la mano a personas que en los momentos duros del confinamiento llegó a no tener ni para comer. “De alguna forma eso después vuelve” asegura.

Es admirable las ganas de aprender que tiene nuestro protagonista. Le gusta leer, en la verdulería uno encuentra varios libros siempre que va. Sumado a que está siempre intentando formarse, aprende de marketing, nuevas técnicas de venta, cualquier cosa que le ayude a crecer. Le gusta el deporte, andar permanentemente en esa bicicleta que acerca verduras a los vecinos y lo mantiene en forma. También le gusta el fisicoculturismo. Intenta poner mucha atención a su salud, al descanso, a la alimentación. Esto último además con especial énfasis, “la alimentación es fundamental, nosotros intentamos enseñarle al cliente a comer bien. Comiendo sano el cuerpo después no necesita tantos medicamentos. Intentamos que la gente que viene vaya aprendiendo a comer mejor”, asegura.

“No todo es color de rosas muchas veces, y está bueno que la gente lo sepa. Porque a pesar de los palos siempre se puede aprender y salir adelante”, subraya Matías. Nos cuenta emocionado que no hace mucho que se separó. Las cosas no venían bien y era lo mejor. Por suerte ahora consiguió tener una buena relación con la mamá de sus hijos, pueden ponerse de acuerdo respecto a los chicos. Pero la separación al principio no fue buena, nuestro amigo se vio sin tener dónde meterse. Por lo que se estuvo durmiendo sobre cartones en el suelo del local, sin parar de trabajar. No le dijo a nadie, pero de a poco la gente se fue enterando. Un vecino en cuanto supo le regaló un colchón. Otros, cuando tuvieron noticia de la situación, le regalaron a Matías un somier nuevo. Lo cuenta emocionado y con agradecimiento profundo. Esos gestos de corazón ayudaron a que no perdiera la esperanza y pudiese volver a ponerse en pie. Esos momentos luminosos en los que el haber sido bueno con los demás, vuelve de alguna forma.
Una de las cuestiones que a nuestro protagonista le gustaría destacar es que “en la vida es importante tener objetivos, metas. Yo ahora sé lo que quiero, pienso que eso es imprescindible para todos”. También conversamos en la importancia de llevar un orden, tener disciplina para intentar acercarse a lo que uno se propone, sin eso nada se consigue. Cuando indagamos sobre sus metas lo primero que sale es “tener un hogar para que mis hijos estén bien, cómodos”. Además de poder ganarse lo suyo con su esfuerzo, sin aprovecharse de nadie.
Hay una tendencia a llevarnos a entender el éxito a través de ciertos parámetros: ser rico, famoso, poderoso. Si no, al menos poseer ciertos símbolos que indiquen eso (aunque sea solo una careta): una casa enorme, joyas, ropa lujosa o la camioneta top. Pero esto es una fantasía que no por mil veces repetida llega a ser verdad. El “éxito” también está en esas personas de a pie de calle que intentan llevar una vida de acuerdo a sus valores, haciendo el bien por los demás, priorizando la familia, el esfuerzo, el trabajo honrado, la solidaridad. Matías nos confiesa: “hay mucha gente que me pregunta que porqué no me compro un auto o una camioneta. Yo les digo que no me hace falta: me gusta mi bicicleta, llevar los pedidos en bici. Y la gente agradece esa cercanía de que el verdulero llegue en pedaleando como se ha hecho tanto tiempo”.
No ha sido fácil, ni siempre las ha tenido todas consigo, pero este emprendedor no se rindió y siguió luchando. Lo que da sus frutos, Don Paredes va bien. Aprendiendo de experiencias anteriores, Matías administra mucho mejor y está proyectando abrir más verdulerías. Crecer y poder dar trabajo a más personas. Siempre desde esa base de humildad, honestidad y esfuerzo.

Dijimos que el verdulero intenta aprender para mejorar el negocio, pero no todo son los números. Lo humano es central en cualquier negocio de barrio. Lo aprendió de jovencito y nunca ha dejado de aplicarlo. Lo cual puede confirmar quien les escribe. El rato que estuvimos hablando frente a su local estuvo salpicado constantemente por los saludos, sonrisas y abrazos de prácticamente de todo el que pasaba por la cuadra. Matías tiene un corazón más grande que los melones que vende. Cuenta que sabe lo que es pasarlo mal y, por ello, “a veces me regalan cosas en la feria, o tengo cosas que hay que comerlas pronto y tal vez no las vendo. Eso lo regalo a la gente que pasa y tiene necesidad. Son muchos los que ya saben y vienen para que les demos una mano para poder comer”. La situación está complicada para todos, no hay que perderlo de vista, por ello asegura que “siempre les digo a las chicas que tengan paciencia con la gente. Puede que le pregunten los precios todo el tiempo, no hay que cansarse de decirlos. La gente cuida cada peso y es comprensible”.

Finalmente, a nuestro protagonista le gustaría subrayar que “todos necesitamos tener una guía que, si bien se puede ir puliendo en el camino, es necesaria. Pretendo ser un buen empresario, tanto en mi área como en otras áreas que veo que hace falta. Busco eso, tanto la excelencia como la honestidad. Enseñar y compartir, sobre todo compartir todo lo aprendido”.
Si pasan frente a la verdulería Don Paredes o ven a un joven en bicicleta repartiendo verdura, ese que siempre saluda sonriendo, sepan que ahí hay alguien que la ha peleado con todo, que intenta hacer el bien para sí y para los demás. Un ejemplo de persona con el cual se puede compartir sinceramente. Esperamos que Matías se siga acercando a sus metas sin perder esos valores, que avance en sus objetivos y que de alguna forma la vida le devuelva esa sonrisa que el anda regalando.