Ahora San Juan tiene una historia en el tintero, una parte del extenso y rico relato de Eduardo Maza, el trabajador del Matadero. El hombre, involucrado en la lucha social desde siempre, un poco por su historia y otro por las experiencias de vida.
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El 5 de febrero de 1976 cambió para siempre la vida de un joven de 20 años con convicciones firmes que debió doblegar su sentir y pensar con el fin de cumplir con el Servicio Militar Obligatorio. «Mi militancia siempre estuvo del lado de la justicia» alega Eduardo. “Mi viejo siempre me decía: usted siempre busque la justicia, sea justo” y así fue.
«Sabiendo todas las atrocidades que se habían cometido, hasta con compañeros míos que los desaparecieron. Nosotros lo sabíamos, teníamos una consigna que era mantener silencio. Porque íbamos a ir a un lugar peligroso», relata con un sesgo de angustia en su voz el hoy hombre adulto. «En aquel momento fue terrible para mí y para otros compañeros», resalta Eduardo.
«Recuerdo a un amigo, estudiante de medicina de aquel entonces, con el que nos enlistaron para el servicio militar. Para nosotros era muy duro. Con este amigo nos mandaron para Tucumán, en una compañía particularmente creada para ese destino. Nos fuimos el 9 de mayo y volvimos a fines de julio, en condiciones infrahumanas. Desde que nos llevaron con borceguís de suela, a la semana ya no teníamos calzado, nos los atábamos con alambre. El ejército no nos proveía de esos elementos, los hongos eran lo de menos. Cuando volvimos de Tucumán estuvimos acá y nos hacían hacer operativos de noche, muy feo fue», cuenta haciendo notar que el recuerdo sigue intacto en su mente.
«La dictadura para mí fue lo más cruel que pude ver y vivirlo desde adentro como soldado con una ideología completamente diferente y no poder hacer nada. Ver cómo detenían a compañeros, los buscaban, registraban sus casas. Nosotros como soldados estábamos afuera, no entrábamos nunca, los que lo hacían eran oficiales y suboficiales. Al soldado lo llevaban para mirar y hacer pantalla», resalta.
«La gente estaba aterrorizada, nadie les iba a hacer ni decir nada», subraya cómo aquello que sentía el común de la sociedad por aquel entonces.
«Donde estaban las oficinas de inteligencia nos ponían a nosotros de plantón en la noche a cuidar. Todas esas cosas las tengo grabadas como la canción de León Gieco “grabado en la memoria”».

Cuando iba camino al fin, la luz al final del túnel, recuerda la siguiente situación: » un día nos llevaron al dique de Ullum, medio como de castigo porque ya había poca actividad. Justo veo una máquina desarmada y reconozco una de las personas que la estaba arreglando, era mi tío que no me veía hace años, de mi familia fui el único que hizo el servicio. Fue un encuentro muy lindo y me dijo “el día que usted le den la baja acá tiene trabajo”’, fueron las palabras de aquel familiar que lo ayudo a rearmarse.
Un tiempo después de ese encuentro llamaron a un grupo de soldados, entre los que estuvo Eduardo, para darle la baja. «Te hemos visto una actitud muy buena, todo el tiempo estando acá, hiciste lo que cualquier soldado hace, te mantuviste neutral en todo momento, te mantuviste en el montón», dice al remontarse a aquel momento.
En verdad, en palabras de este hombre lo que hizo no fue más que realizar sus verdaderos ideales. «Era nuestra consigna, la teníamos que cumplir, con dolor callarnos. Sufrir en silencio porque yo veía como sufrían mis compañeros con los que manejábamos las mismas ideas, nuestros mismos principios: ¿Cómo revelarme ante el verdugo? Era imposible, era un suicidio».
«Se conocían de las muertes de soldados que en verdad eran militantes y no estaban nada de acuerdo con la dictadura y bueno, eso hacía que nosotros guardemos silencio», revive.
«Si me iba de baja tenía que llevarme la libreta para ir a trabajar al dique, la baja para mí era como tocar el cielo con las manos».
«Así es como me dieron la baja de honor, me dan la libreta en la mano y la bolsita de ropa, con nada de cosas y pienso “dónde está mi norte”. Yo volví al dique, caminando. Donde me reencontré con mi tío y empezó mi nueva etapa, trabajando en el dique de Ullum, donde empieza el inicio de mi vida sindical», fue el final de una etapa que abrió puertas inimaginables.