domingo, septiembre 7, 2025
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Dos preguntas esenciales: ¿qué es tener un buen vivir? y ¿qué sociedad queremos?.

Si bien hoy casi la mitad de los seres humanos del planeta no satisfacen sus necesidades básicas según el Banco Mundial – hablamos de 3250 millones vidas, que serían 75 veces la población de argentina o 4500 veces la de San Juan – no es ningún secreto que la humanidad en los últimos cientos de años ha progresado enormemente teniendo un mejor estándar de vida que en el 1500, por poner un ejemplo.

Esto a  pesar de que jamás hubo un momento sin guerras, matanzas o destrucción en la historia de nuestra especie, aún así es innegable que hoy hay más expectativa de vida que hace 500 o 1000 años.

Los avances de las ciencias y las tecnologías, del desarrollo productivo, industrial, económico en general ha sido impresionante comparado con ese pasado no tan lejano.

En teoría, al menos la mitad de la población que mejor la pasa debería tener más tiempo para disfrutar de estos logros que sonarían a paraíso celestial para un habitante de la época de Cristo.

Pero contrariamente a lo que debería ser, la vorágine a la que somos sometidos cada uno de nosotros a diario, todo el día, todo el tiempo, es tan fuerte que nos ensordece, nos enceguece, nos anula y si nos queda un pedacito de tiempo vacío para nosotros, es tan efímero que es difícil recordar si alguna vez tuvimos uno.

Dicho esto, pongo sobre la mesa sólo dos preguntas que deberíamos contestarnos permanentemente para comprender la escala de valores con la que cargamos, casi siempre sin saber, en contraposición con la que deberíamos tener. De la impuesta como si fuese única e irremediable y con la que correspondería sea nuestra meta o utopía que nos motive a seguir mejorando.

Pregunta uno: ¿Qué es tener un buen vivir?

Habrán sin dudas muchas respuestas diferentes a esta pregunta, pero igualmente no dudo que la mayoría de ellas comenzará por las cuestiones que tengan que ver con la subsistencia y lo económico: tener un techo propio, un ingreso y trabajo digno, cobertura médica, acceso a una buena educación, seguridad y poder darse algunos gustitos.
La mayoría seguramente querrá esto constituyendo una familia.

Aunque las respuestas a “buen vivir” serán abrumadoramente sobre lo material y económico, todavía se sobreentiende que es algo que excede a un momento, no es efímero, se lo quiere extendido y que sea previsible, y que esa previsibilidad nos brinde tranquilidad. No dudo que se entiende de esta manera.

Casi nadie formula esta pregunta, que sería más justa, sino que se bombardea con la imagen de “felicidad” que siempre se asocia al “éxito”. El objetivo ya no es tener “un buen vivir” sino ser “exitosamente feliz”.
Claramente el “éxito” viene asociado con el dinero que permite comprar cosas y entonces aparecen frases como “qué feliz sería teniendo esto”. Obtener ese objeto inmensamente caro e inalcanzable es sinónimo de “éxito” y “felicidad”.

Esta forma de ver la vida que hoy reina en el mundo trae aparejada la insatisfacción, ya que si bien nos dice que comprando gozamos, inmediatamente después que obtenemos eso sale un nuevo modelo o no hemos alcanzado a adquirir el que queríamos y eso nos hace sentir mal, tristes, agónicamente insatisfechos.

La vida para este modelo de mundo es que consumamos permanentemente en búsqueda de la felicidad, que jamás llegará claramente de esta manera.
El consumismo extremo es mostrado como algo “bueno” para la sociedad porque para producir esos bienes y servicios hay gente que los hace y gana por eso y hace caso omiso al gigantesco impacto ambiental destructivo que causa.

Y así, curiosamente en el mejor momento de desarrollo de la historia de la humanidad es cuando más nos alejamos de la idea de bienestar general y se generan más y profundos problemas personales.
Es que al reemplazar todo los que nos conecta y entrelaza, solidariza y teje redes como la familia y la comunidad cultivando el amor, el arte y la cultura, al eliminar lo que realmente perdurará y nos trascenderá por el dinero y la búsqueda de la felicidad eterna que nunca llegará, descendemos de ser humano a una pieza prescindible de una máquina hecha para que todos demos nuestra sangre para consumir enriqueciendo a muy pocos en perjuicio de casi todos.

Lo sensato sería no perseguir la falsa “felicidad” de un imposible “éxito” sino procurar un buen vivir hermanado con nuestra naturaleza y aprender a disfrutar de los momentos de felicidad que siempre están de la mano de un afecto, de un amor, de una emoción pura e irrepetible, instantes que uno atesora y que nunca son “objetos” comprables. Aquí cada uno tendrá su maleta de valores y creencias que al final  son las cosas que realmente perduran.

Pregunta dos: ¿Qué sociedad queremos?

Si no hiciéramos esta pregunta y nos quedáramos sólo con la anterior caeríamos en la trampa de la autoayuda, que si uno quiere lo tiene y que si no lo tiene es porque no quiso, o no supo hacerlo. El engaño impuesto de hacernos creer que si alguien tiene dinero es porque lo merece, porque tiene mérito para ello, que ser rico es ser feliz y es sinónimo de éxito. Al final de esta manera de ver las cosas ser pobre es igual a ser malo, vago y delincuente y ser rico igual a todo lo bueno.

Las respuestas a la primera pregunta sin duda se asocian a la segunda, y creo que ante “¿qué sociedad queremos?” la mayoría contestará: que sea una sociedad que nos permita tener “un buen vivir”,  independientemente de la cuna en que nos tocó nacer.

Para tomar rumbo a “la sociedad que nos brinde buen vivir” se deben realizar cambios, hay que hacer transformaciones que pavimenten este camino y ellas no se producirán hasta que la mayoría no presione en ese sentido y surja una nueva dirigencia política que tenga claro que el objetivo es conducir al “buen vivir” para el pueblo, para las mayorías y no para unos pocos elegidos entre los que están los corruptos y los traidores (políticamente son sinónimos).

El “¿qué sociedad queremos?” es la pregunta que siempre debemos hacernos a la hora de evaluar el accionar político y sacar los engaños de los magos de la vista.
Si desde los discursos nos dicen cosas que no entendemos, repiten palabras como inversión, confianza, mercados, proyectos, mega obras, empleo a secas y se nombran poco trabajo con salario digno, educación y cobertura médica integral para salir de la pobreza, redistribución del ingreso, desarrollo ecológicamente amigable y que paguen más los que más tienen, entonces esos políticos no están entre los que de verdad quieren “un buen vivir” para el pueblo.

Hay que empezar a usar menos palabras complejas, volver a lo simple y directo, dejarse de discursos que no dicen nada para que nada cambie.

“¿Qué es tener un buen vivir?” y “¿qué sociedad queremos?” son las preguntas que como personas y seres sociables debemos hacer y hacernos siempre. Al responderlas de seguro nos orientarán de mejor manera ante la vida, por un lado, y nos ayudará en la tarea de determinar qué partidos y qué dirigentes son afines a las respuestas que demos.

Unas consideraciones finales

En Bolivia y Ecuador el “Buen Vivir» es un principio constitucional basado en el ´Sumak Kawsay´, que recoge una visión del mundo centrada en el ser humano, como parte de un entorno natural y social.- dice el portal del Ministerio de Educación de Ecuador.

Y agrega que el Buen Vivir es: “La satisfacción de las necesidades, la consecución de una calidad de vida y muerte digna, el amar y ser amado, el florecimiento saludable de todos y todas, en paz y armonía con la naturaleza y la prolongación indefinida de las culturas humanas. El Buen Vivir supone tener tiempo libre para la contemplación y la emancipación, y que las libertades, oportunidades, capacidades y potencialidades reales de los individuos se amplíen y florezcan de modo que permitan lograr simultáneamente aquello que la sociedad, los territorios, las diversas identidades colectivas y cada uno -visto como un ser humano universal y particular a la vez- valora como objetivo de vida deseable (tanto material como subjetivamente y sin producir ningún tipo de dominación a un otro)”. 

Por ello no es casual haber utilizado el concepto de “buen vivir”, ya que es preciso aunar el camino de la modernidad y el desarrollo social y económico con la sabiduría ancestral de nuestros pueblos originarios y de los pueblos de quienes llegaron a nuestras tierras como inmigrantes.
Nuestra identidad no puede truncarse ni cortar raíces en nombre de la modernidad, nuestras costumbres y antiguas creencias también son parte del espíritu que como joven nación seguimos forjando y que nos hace únicos y universales como sociedad.


Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de Ahora San Juan

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