domingo, septiembre 7, 2025
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Creo en el Espíritu Santo.

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo  (Argentina) y secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano  (CELAM) 

Esta es una de las afirmaciones más importantes de nuestra fe. Así como  creemos en Dios Padre y en Dios Hijo, también lo hacemos en Dios Espíritu  Santo.  

Sin Él la Iglesia sería como una ONG piadosa o un club de beneficencia,  loables, por cierto, pero sin cumplir la voluntad de Jesús de hacernos  familia suya por obra de su Espíritu.  

Para enseñarnos acerca de la acción propia del Espíritu Santo la Biblia  utiliza varias imágenes o simbologías. Te comparto tres de ellas: el agua, el  fuego, la paloma.  

El agua. Cuando el soldado atravesó el pecho de Jesús crucificado con la  lanza “brotó sangre y agua” (Jn. 19, 34). Es una de las alusiones a la  efusión del Espíritu. En el mismo Evangelio de San Juan, Jesús dice que del  interior de los creyentes brotará un manantial de agua viva (cfr. Jn 7, 38).  Y San Pablo, hablando del Bautismo nos dice que todos “hemos bebido de  un solo Espíritu” (I Cor 12, 13).  

El fuego. Hace referencia al ardor y la potencia transformadora del  Espíritu. Juan Bautista nos presenta a Cristo como el que “bautizará en el  Espíritu y en el fuego” (Lc 3, 16). Y Jesús nos dice: «Yo he venido a traer  fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!» (Lc 12,  49).  

En Pentecostés descendió el Espiritu Santo en formas de lenguas “como  de fuego” (Hc 2, 3). La simbología del fuego nos hace pensar en el amor  encendido.  

La paloma. Es también utilizada en los relatos del bautismo de Jesús,  ocasión en la cual al salir del agua desciende el Espíritu Santo en forma de  paloma y se posa sobre Él (Mc. 1, 10). Nos Evoca la libertad y la paz.  

En este día celebramos la fiesta de Pentecostés, culminación de la Pascua.  Es maravillosa la obra del Espíritu Santo:

✔ Nos enseña a rezar a Dios como Padre y a reconocer a Jesús como  Hijo de Dios.  

✔ Es la fuente de la comunión (no la uniformidad) y la diversidad (no  la anarquía).  

✔ Nos ayuda a comprender la Palabra de Dios, y nos impulsa a la  misión con audacia y fervor. La acción del Espíritu se da por  desborde.  

✔ Es la causa y fuente de la Esperanza cristiana. Nos alienta en los  sueños de un mundo nuevo.  

✔ El Espíritu Santo se invoca y está presente en todos los  Sacramentos.  

✔ Sin Él no hay sínodo, no hay Iglesia.  

✔ Él suscita la audacia misionera. Le “pone el pecho” a los desafíos, no  se achica. Hace accesible la buena noticia a todas las lenguas y  culturas.  

En una época marcada por la fragmentación de las personas, las  sociedades, el Espíritu inspira en el corazón del pueblo los anhelos de una  búsqueda en común.  

La Iglesia es conducida por el Espíritu a estar en las periferias acogiendo la  fragilidad para ser signo de la presencia del Reino que crece desde la  levadura.  

Por eso lo invocamos “ven, Espíritu de Dios” a dar confianza en las  incertidumbres / a consolarnos en nuestras fatigas / a darnos luz para  discernir los signos de los tiempos / a sanar nuestras heridas y  decepciones / a renovar los sueños / a ponernos en marcha / a sacudirnos  de la modorra, la comodidad.  

Nos sumamos a la oración que el Papa nos propone para el Sínodo: “Ven,  Espíritu Santo. Tú que suscitas lenguas nuevas y pones en los labios  palabras de vida, líbranos de convertirnos en una Iglesia de museo,  hermosa pero muda, con mucho pasado y poco futuro”. Amén. 


Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de Ahora San Juan.

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