lunes, septiembre 8, 2025
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Ahora San Juan, es Ahora Rusia: Rumbo a Moscú.

Elegidos como el único medio argentino para participar del “Programa de pasantías InteRussia para periodistas de América Latina”, un programa para comunicólogos que incluye conferencias, talleres y prácticas con expertos de la agencia de noticias y radio Sputnik, así como reuniones con destacados expertos.
Gabriel Saquilan Ruffa enviado por Ahora San Juan para que nos represente en Moscú, irá relatando sus experiencias en estas crónicas denominadas Ahora Rusia.

Iniciando el camino a Rusia

Empezar un viaje es algo excitante, algo que todo el mundo desea. A veces la vida sorprende con oportunidades que uno no podría ni imaginar.

La parte difícil es lo que uno deja atrás. Aunque sea solo por un mes. Por mi parte, la familia es lo que más voy a extrañar, es el factor que hace que unas semanas puedan parecer una eternidad por momentos. También un gordo que dejo de mascota a que me cuiden. Si bien, yo le he explicado bien que me voy pero que vuelvo pronto, tengo la duda si me ha entendido correctamente, o tal vez es que no estaba de acuerdo para nada.

El trayecto es largo, he salido un jueves y llegaré un domingo a destino. Los últimos días es inevitable andar acelerado con los preparativos, la ansiedad de olvidar algo, repartir el último tiempo entre trabajo y disfrutar uno de su gente. También el entusiasmo de una oportunidad única. Tantos años de sentirse cercano a Rusia, principalmente a través de la literatura de sus clásicos, y de repente uno se encuentra con la posibilidad de ir a visitar. Sumado a la excelente formación que nos ofrecen la agencia Sputnik y The Gorchakov Fund.

Además de la suerte de compartir con otros compañeros latinoamericanos. Estaremos representados: México, Brasil, Cuba, Colombia, Nicaragua, Perú, Ecuador y Argentina.

La despedida en San Juan fue agridulce, como no podía ser de otra forma. Por un lado, la alegría de los buenos deseos, el apoyo y el cariño. Por el otro, la tristeza de la separación (aunque sea temporal) de los que uno ama.

Llegué temprano a la terminal de Retiro en Buenos Aires, y a pesar de algún pequeño desencuentro (que no podía faltar en cualquier viaje grande), conseguí llegar al aeropuerto de Ezeiza, desde donde escribo estas líneas. Deberé esperar hasta casi medianoche para tomar el primer vuelo hacia Estambul.

Nada más llegar al aeropuerto, hice el que espero que sea el primer amigo de muchos. Un joven de casi dos metros con el que rápidamente nos convertimos en compañeros de camino. Gabryeel Augusto tiene veinte años, pero pos su madurez aparenta más. Es jugador profesional de básquet, ha venido a Argentina a probar con varios equipos que están interesados en él. Ha estado aquí un mes, y a la espera de cerrar y definir con quién jugará, vuelve con ganas a Sao Paulo, donde lo esperan su pareja y su mamá. Ojalá consiga un buen contrato. Almorzamos juntos y lo acompañé hasta que salió su vuelo. Estamos en contacto, tiene pendiente visitarnos en San Juan.

En el aeropuerto la nota triste es ver a aquellas personas que tristemente no están de viaje,  sino que subsisten como pueden en la terminal e inmediaciones. Aquellos a los que nadie ve, ni presta atención. Algunos intentan ocultar su situación más que otros, es de admirar la dignidad que se niegan a perder. Con esa gran capacidad que tenemos en Argentina para combinar contrastes, se mezcla esa imagen con una multitud de remeras celestes y blancas desperdigada que viaja rumbo hacia Qatar a ver el mundial. Cada uno con distinta ruta. Varios medios cubrían impresiones de aquellos que van a alentar a la selección. Conocí a uno de los periodistas, Pablo, con el que nos reímos cuando me decía que me había equivocado de mundial, Rusia era el anterior.

En los preparativos una de las cosas más importantes era prepararse para enfrentar el frío. Dicen algunos que allá puede llegar a -20°c. Nosotros ayer en San Juan hemos alcanzado casi los 40°c, tendré un cambio térmico que puede a los ¡60°c!

Estos días que venía pensando en el frío, Rusia… siempre recuerdo el cuento de Nikolai Gógol, “El Capote”. En el que entre todo lo que es maravilloso del cuento, Gógol nos narra la historia de un funcionario llamado Akakiy Akakaievich, uno de esos burócratas que parecen insignificantes.
Lo que nos interesa es que un momento dado al protagonista lo atenaza el frío ruso, donde “el frío punzante e intenso ataca de tal forma las narices sin elección de ninguna clase” y “duele la cabeza de frío y las lágrimas saltan de los ojos”, en palabras de Gógol. Akakaiy tiene un capote que ya es imposible seguir remendándolo, por más que lo intente. Esto le obliga a tener que comprar uno nuevo lo que le cuesta una fortuna para su bolsillo de funcionario de baja categoría. Decide gastar todos sus ahorros y pasarse varios meses de privaciones para poder juntar para el capote nuevo. Cuando lo consigue y es el día más feliz de su vida, hasta lo invita su jefe a una fiesta para celebrarlo. No puede negarse y va. A la vuelta, a Akakiy lo asaltan y le roban el capote. Después sigue una odisea para intentar conseguir ayuda a través de la burocracia, hasta que llega a dar con quien le aconsejan que hable, una persona de “gran categoría”, quien lo trata despreciablemente y Akakiy se va traumado, caminando esa noche a casa con el frío y sin abrigo, cae enfermo y muere al día  siguiente. Cuentan las gentes la leyenda de que el espíritu del funcionario se aparece en el puente lejano de noche y que le arrebata el capote a cualquiera que pase.

En mí equipaje de mano me he obligado a limitarme a llevar un solo libro. Sino, siempre hay problemas de peso para el check in. Así que elegí una compilación de clásicos rusos, la mayoría los leí hace tiempo, siempre tuve ganas de darle otra lectura y qué mejor ocasión. Así que he tenido la oportunidad de releer El Capote acá en la espera del aeropuerto.

Yo intento llevar lo posible para aguantar las heladas. El frío me gusta, aunque creo que no he estado mucho tiempo continuado con esas temperaturas. Estaré bien, tan solo espero tener mucha mejor fortuna que Akakaievich. Su historia ocurrió en San Petesburgo, así que no tengo que preocuparme de que en Moscú me vaya a quitar mi capote.

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