La muestra se llama: «Ese día» y está conformada por 26 retratos fotográficos más testimonios estremecedores. Como sobreviviente y directora del Centro de Documentación e Información sobre Judaísmo Argentino Marc Turkow, rescató la memoria de un pueblo y un aberrante suceso.
El 18 de julio de 1994 el atentado contra la mutual judía de la Ciudad de Buenos Aires asesinó a 85 personas e hirió a otras más de 300, en quienes dejó múltiples secuelas que aún persisten. Ante la falta de justicia y la necesidad de rescatar y preservar la memoria, cada año la AMIA emprende diferentes iniciativas artísticas para visibilizar ese reclamo que se mantiene vigente. «Las víctimas fatales son nuestra bandera, pero también hay cientos de heridos que quedaron con secuelas de todo tipo«, explicaron algunos sobrevivientes a diferentes medios nacionales.
Hoy, domingo 18 de julio, se cumplen 27 años de aquel suceso. Por lo que los sobrevivientes decidieron prestar sus rostros y voces a una muestra fotográfica virtual en contínuo pedido por justicia; como también para advertir que todo este tiempo: «sufrieron en silencio«, según exclamaron.
Fotos y mensajes:
Sobreviviente César Gabriel Romero:
«Comencé a hablar hace poco de esto, hace seis años empecé a sentir angustia, dolor agudo en el pecho, recuerdos, sueños y me despierto llorando«, explicó César. A lo que agregó: «Llegué a expresar mi angustia en forma de furia, ante cualquier caso de injusticia explotaba, me afectó en la forma de socializar».
Según reveló, este cuadro de estrés postraumático le impidió seguir trabajando, subirse a colectivos y hasta caminar solo.

Sobreviviente Daniel Pomerantz:
También actual director ejecutivo de AMIA, agregó al respecto: «Se trata de una idea reciente en el mundo en casos vinculados con el terrorismo«. Y añadió que se autodenominan «víctimas sobrevivientes«.

Sobreviviente Laura Moragues:

advirtió Laura.
«Durante mucho tiempo no toleraba el sonido de las ambulancias, y cuando hay tumulto o mucha gente me pongo nerviosa«, expresó Laura.
Los retratos fueron realizados por la fotógrafa Alejandra López, con la curaduría de Elio Kapszuk, y pueden verse en http://esedia.amia.org.ar/. A ingresar a este enlace es posible realizar un recorrido virtual en una sala expositiva 3D y acceder a cada retrato así como a sus testimonios audiovisuales que reconstruyen, desde distintas perspectivas, lo que fue «Ese día» y sus vidas a partir de entonces.
Recorrido de «Ese día»:

A las 9:53 de la mañana del lunes 18 de julio de 1994, estalló el coche bomba en la AMIA. Daniel Pomerantz tenía 31 años y estaba en el segundo piso del edificio parado en el ingreso a la oficina de su compañero Salo, que lo retenía con algunas consultas laborales.
En ese mismo instante, Laura Moragues (24) atendía a una clienta en un comercio ubicado a pocos metros de la mutual, sobre la calle Pasteur; y César Gabriel Romero (18) caminaba sobre la misma cuadra junto a su amigo Cristian luego de ver pasar un coche a toda velocidad que los alarmó.
Daniel recuerda que el piso se movió por el estallido, y que con Salo intentaron sostenerse luego de trastabillar. No veían nada, solo se escuchaban gritos. El impacto llevó a Laura dos metros más adentro del negocio. Para César, el tiempo se detuvo cuando la onda expansiva lo «voló» hacia adentro de un local y comenzó a ver vidrios caer. La gente estaba ensangrentada cubierta por un espeso polvillo blanco.

Daniel y Salo llegaron a una terraza que se mantuvo en pie, donde encontraron a otros que trataban de orientarse hacia una posible salida. Daniel, consiguió ver que la parte delantera del edificio ya no estaba. Y luego recuerda escuchar a Tamara que pedía auxilio junto con Ana María, que de forma desgarradora preguntaba por su hija (una de las víctimas fatales del atentado).
Mientras tanto Laura, salió a la calle a buscar a su hermano que tenía otro local a pocos metros del suyo. Vio el desastre al salir de lo que quedaba del local entre una nube de polvo, cuerpos destrozados, personas tiradas en el piso y objetos que seguían volando.
Cuando César logró levantarse empezó a caminar junto a su amigo y también vio el desastre. «Había un olor extraño«, describió. Y después entendió que era amonio. Junto a Cristian ayudaron a sacar personas hasta que debido al shock y las heridas decidieron alejarse del lugar y dirigirse al hospital.

Daniel, finalmente, logró salir por un edificio lateral sobre la calle Tucumán, y luego se dirigió a Pasteur, donde se quedó dando vueltas hasta reencontrarse con sus padres.
Laura también ayudó y se integró a la cadena humana que asistía en la tragedia. Su negocio fue utilizado como centro de operaciones de los rescatistas.
Anita Weinstein rescata la memoria de un pueblo:

Hija de dos jóvenes que escaparon del Holocausto en Polonia, Anita también vivió en carne propia el horror del odio. El 18 de julio de 1994 estaba en el edificio de la AMIA y salvó su vida de milagro. La directora emérita del Centro de Documentación e Información sobre Judaísmo Argentino Marc Turkow -hoy a cargo de Elio Kapszuk- sigue manteniendo presente el recuerdo de las 85 víctimas.
Recordó a Mirta Strier, su asistente personal y amiga, que falleció con 42 años ese 18 de julio, a las 9.53 de la mañana, cuando estalló la bomba. Y a Gastón, Gabriel y Matías, los tres hijos que Mirta había criado sola porque su marido los había abandonado.
El Centro Marc Turkow iba a ser inaugurado el 13 de febrero de 2020 para que fuera visitado por investigadores y estudiantes pero la pandemia y el inminente aislamiento lo impidieron.
En la plaza seca de la entrada tiene cuatro hitos que Anita describe:
El imponente “Muro de la Memoria”: una obra del prestigioso muralista Martín Ron, de 12 metros de ancho y 30 de alto, sobre la medianera del edificio vecino.
Debajo está el listado con los nombres de las 85 víctimas en orden alfabético. Excepto el último, a quien se pudo identificar hace cinco años: un joven de 20 años, Augusto Daniel Jesús.
«La escultura abierta del israelí Yaacov Agam«, que tiene nueve columnas de 3,70 metros de alto y que, según desde dónde se la mire, tiene siete diferentes interpretaciones. Cada una con un concepto: Destrucción, Janukiá, Estrella de David, Arcoiris, Candelabro, Maguén David de Colores y el Símbolo de la AMIA. Sumado a siete valores a destacar: Vida, Continuidad, Igualdad, Solidaridad, Respeto por la diversidad, Memoria y Justicia.
Sobre la pared opuesta a la obra de Ron está el mural que inauguró en 2017 el ex primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, con imágenes, pasadas y actuales, de la ciudad de Jerusalén.
Además hay una placa que recuerda las 29 víctimas del atentado a la embajada de Israel, en 1992, y un relieve en memoria de los desaparecidos judíos durante la última dictadura, realizado por Sara Brodsky.
Su historia:
Los padres de Anita vivían en Włodawa, un pueblo del este polaco, próximo a la frontera con la Unión Soviética, que fue invadido por los alemanes en 1939. Lograron salvarse escapándose hacia el campo. Pola y Salo, la madre y el tío de Anita, estuvieron meses escondidos en un granero, mientras que el papá, también de Wlodawa, se refugió en un bosque.

Terminada la guerra, decidieron buscar un futuro mejor en América, en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Allí se casaron y nació Anita, quien al finalizar la secundaria cumplió con la promesa de visitar Israel con sus padres. Ellos regresaron para asentarse en Argentina. Anita, en cambio, se quedó en Jerusalén para estudiar Sociología y Ciencias Políticas. Al recibirse viajó por primera vez a Buenos Aires, en principio, por unos meses. Pero conoció a quien luego se convirtió en su marido y se quedó. «El amor me hizo quedar, luego llegaron los hijos (después los nietos), en 1985 ingresé a la AMIA como investigadora y…. aquí estoy”, describió.
Palabras de reflexión:

“Cuando me reencontré con mi mamá por primera vez después del atentado, me dijo: Nunca me imaginé que una hija mía sería sobreviviente de un ataque de odio, pensé que con el Holocausto se había aprendido la lección«, cuenta con dolor Anita que continúa sin entender cómo el fanatismo puede llevar a matar por una ideología.
“Mis nietos me preguntan: ‘Bobe, ¿Dónde estaba la policía cuando explotó la bomba?’ Por ellos tenemos que demostrar que la justicia existe“, concluyó.