Ahora San Juan pudo charlar con una mujer víctima violencia de género. Juana es independiente económicamente y hasta parecía ser una mujer completamente libre, socialmente, durante su relación violenta. “A nosotras también nos pasa, es duro identificarlo, contarlo e iniciar el camino para salir, para volver a ser quien una supo ser”, asegura.
Desde este medio nos enfocamos en poder acercar distintas realidades a nuestros lectores por medio de esta sección, desde una narrativa más elocuente y dinámica. Historias reales que suelen despertarnos distintas emociones, en esta oportunidad el relato cuenta situaciones complejas que están judicializadas y por esto mismo solo se respetará la edad y profesión de sus protagonistas, no así sus nombres ni la de sus hijos, por el simple motivo de resguardar su integridad social y moral.
“Para mí fue muy difícil identificar que era víctima de violencia. ¿Cómo iba a pasarme a mí?. Yo siempre fui feminista, creo que desde los 12 años ya era feminista cuando un profesor del primer año del secundario hizo una broma inapropiada y yo le reclame. Recuerdo que me gané una amonestación pero el respeto de mis pares mujeres, y hasta el de mi madre que estuvo orgullosa por mi reacción”, dice Juana, una docente con título universitario de 34 años con una hija de 5.
“No me acuerdo el momento preciso en el que mi autoestima empezó a desaparecer para permitirme vivir lo que viví. Siento que fui prisionera de mi ex esposo, pero sobre todo del estigma social que iba a cargar si decía abiertamente que Mario me golpeaba desde los dos meses de noviazgo”, Juana estuvo con Mario desde sus 25 años y rápidamente empezaron a convivir.
“Ya me veía venir las preguntas juzgadoras de mis compañeras de trabajo, de la facultad, de mis amigas de la vida. No podía soportarlo y ya me había acostumbrado a soportar los golpes de Mario, no me resultaban tan dolorosos como imaginar que iba a tener que ir a al CAVIG como una víctima. Ya imaginaba preguntas como ‘¿por qué te casaste? ¿por qué lo decís ahora? ¿a vos te pasa esto, vos que tenés trabajo, vas a terapia, que sos universitaria, que sos profesional?’ esas preguntas aparecían siempre luego de una golpiza, luego de tener que tener relaciones sexuales forzadas con mi esposo, me lastimaban y preferí guardar silencio durante tanto años”, narra sobre sus fantasmas.
El día que lo pude contar:
“Sentí como de repente mis fantasmas se iban, y como mil manos me abrazaban. No eran mil manos, solo eran cuatro manos de dos amigas. Ninguna me preguntó nada, solo me escucharon y aseguraron que me acompañarían en cualquier proceso que elija. Recuerdo que en un momento dije algo así como “sé que es raro, porque me casé, tuve a mi hija, iba al psicólogo, y muchas cosas y ‘estas cosas a mujeres como yo no les pasa’. Ellas solo me dijeron “yo te creo” y el alma me volvió al cuerpo. No tuve que justificarme solo desahogarme y juro que en ese momento sentí como mi autoestima resurgía”, contó Juana. A los meses llamó a una de sus amigas para que la vaya a buscar a la que era su casa e inició el proceso judicial de divorcio.
“Tengo que rearmarme. Me di cuenta que mis prejuicios fueron los que más vulnerable me hicieron. A nosotras también nos pasa”, concluyó.